MIERCOLES DE CENIZA: INICIAMOS EL CAMINO DE LA CUARESMA
Comenzamos la Cuaresma en plena expansión de la pandemia del Covid-19 que tiene al mundo en vilo: más de un millón de muertos, millones de contagiados, miedo general ante posibles contagios, pues nadie está exento de poder contraer la enfermedad, a pesar de las muchas medidas de protección que se tomen. En esta situación, qué fácil es tomar conciencia de la vulnerabilidad a que estamos sometidos. Este año, al recibir la ceniza, nos resultan más convincentes el signo y la frase: “Acuérdate que eres polvo…”. La ceniza tiene significado de fugacidad, de postración, de humildad. Da igual que provenga de una rama del noble cedro o de la vulgar zarza. Una vez consumida por el fuego, ya no hay diferencia.
Pero ni la ceniza ni la exhortación a tener en cuenta nuestra caducidad son invitación al temor ni al derrotismo, sino a vivir plenamente, orientando nuestra vida hacia Dios y hacia el prójimo. El “conviértete y anuncia el Evangelio…” nos animan rehacer “puentes rotos” para salir al encuentro del Dios que nos espera con brazos abiertos de Padre, y a abrazar al hermano del que estábamos distanciados. La conversión es invitación a cambiar de rumbo cuando el camino seguido nos aleja de la meta deseada. Desandar el camino errado puede resultar fatigoso, pero no frustrante, pues saber que se está en el camino verdadero produce satisfacción y suscita ánimo. La cuaresma es invitación a poner la mirada en Jesús y caminar tras él como discípulos.
El evangelio de San Marcos que leemos en el primer domingo de Cuaresma nos presenta a Jesús en el desierto, siendo tentado por el diablo. Jesús, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado, no se vio libre de la tentación. Su victoria sobre Satanás es garantía de las nuestras. ¡Que bellamente lo expresa san Agustín: “¿te fijas en que Cristo fue tentado, y no te fijas en que venció? Reconócete a ti mismo tentado en él, y reconócete también vencedor en él. Podía haber evitado al diablo; pero, si no hubiese sido tentado, no te habría aleccionado para la victoria cuando tú fueras tentado”.
Siguiendo el camino de este tiempo, el domingo segundo de Cuaresma sitúa a Jesús en un monte elevado, donde ha ido a orar, acompañado por tres testigos predilectos, Pedro, Santiago y Juan. Como ellos, también nosotros escuchamos la voz del Padre: “Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo”. Escuchar y seguir a Jesús es nuestro proyecto de vida.
La expulsión de los mercaderes del templo, texto evangélico que leemos en el tercer domingo de Cuaresma, es clara defensa del templo sagrado que es cada persona, y que por nada ni por nadie puede ser profanado.
En el diálogo con Nicodemo, que leemos el cuarto domingo de Cuaresma, Jesús, en una de las expresiones más hermosas que encontramos en el evangelio de Juan, nos revela el profundo amor de Dios por cada ser humano: “Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna”. ¡Qué mayor motivo de alegría que saberse amado por Dios!
Ya a las puertas de la Semana Santa, en el evangelio del quinto domingo de Cuaresma, escuchamos en boca de unos griegos, el deseo consciente para millones de seres humanos e inconsciente para muchos más: “Queremos ver a Jesús”. Similar pregunta a la dirigida a Jesús por los dos primeros discípulos: “Maestro, ¿dónde vives? Es decir, ¿quién eres? Y su estimulante respuesta: “venid y lo veréis”.
La Cuaresma se nos presenta como un itinerario para acercarnos a Jesús, ver cómo vive su relación con Dios, con el ser humano, con la naturaleza. Y para no perdernos en nuestras búsquedas, la Iglesia, con su experiencia multisecular, nos ofrece el recurso de tres prácticas bien arraigadas en su experiencia de vida. Como señala san Pedro Crisólogo: “Tres son, hermanos, los resortes que hace que la fe se mantenga firme, la devoción sea constante, y la virtud permanente. Estos tres resortes son: la oración, el ayuno y la misericordia. Porque la oración llama, el ayuno intercede, la misericordia recibe…Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca…En consecuencia, la oración, la misericordia y el ayuno deben ser como un único intercesor en favor nuestro ante Dios”.
¡Que el Señor Jesús ilumine y acompañe nuestro itinerario cuaresmal!
Padre Domingo Lorenzo, Vicario provincial.