LOS CANTORALES DE SAN RAMÓN
Los cantorales del Santuario de San Ramón Nonato son una muestra magnífica en su género. Contienen las partituras de las piezas gregorianas que los frailes recitaban y cantaban durante la Liturgia de las Horas. De ahí su gran tamaño, ya que debían ser leídos por la comunidad desde los diferentes puntos del coro. Tienen tremenda importancia para la familia mercedaria por ser de los más antiguos conservados y por ser propiamente mercedarios (algunos contienen los oficios propios de los santos de nuestra Orden). Han llegado hasta el día de hoy gracias a que fueron salvados de la quema durante la Guerra Civil.
Puesto que son cantorales iluminados, van acompañados de unas extraordinarias ilustraciones. Fueron realizados entorno los siglos XVII y XVIII. Actualmente pueden ser contemplados durante la visita al Santuario, en una sala monográfica dedicada a ellos.
Fray Joaquín Millán ha imaginado una hipotética conversación entre los cantorales, los cuales graciosamente nos cuentan su historia:
Andaba yo uno de estos días paseando por el claustro del convento de San Ramón, y me pareció oír como un bisbiseo, ¿quién andará por ahí? Me pregunté, los novicios están en sus clases, fray Esteban se ocupa en recoger las almendras, los padres laboran en sus ministerios… Bueno, vamos a comprobarlo, me dije. Me fui acercando, calmo, al lugar de la cháchara, que no era otro que el salón de los cantorales. Abrí cautelosamente la puerta, procurando no molestar y sí, los cantorales esteban conversando un tanto acres.
– ¿Qué hacemos aquí -decía el 1º- metidos en estos ataúdes de plástico? Nos han sepultado. En otros tiempos sí que lucíamos; los frailes nos miraban y nosotros cantábamos; yo concretamente era en responsable de anunciar la Navidad: El Rey pacífico ha sido engrandecido…; y me sublimaban los efluvios del incienso.
– Todo el que invocare el nombre del Señor, será salvo, prorrumpía yo emocionado–decía el 2º- en la fiesta del Nombre de Jesús. Y fijaos qué fecha llevo, 1627, cuando se estaba reclamando el reconocimiento del culto inmemorial de san Ramón.
– ¡Eh!, que el más bello soy yo -protestaba el 3º-, ¿quién de vosotros tiene una miniatura como mi san Pedro Armengol? Todos tenéis vuestra uncial, pero a la mía ninguno la ganáis.
-Pues por lo que a mí toca -esgrimía el 4º- tenía el gran cometido de anunciar la Salvación: Hoy es la Natividad de la gloriosa Virgen María.
-No te pases, que dices verdad –argüía el 5- pero mi grito rompía la muerte: El ángel del Señor bajó del cielo y removió la piedra.
-¡Ojo! –machaconaba el 8º- que yo salía a relucir todos los domingo y días festivos: Credo in unum Deum…
– ¿Y yo qué? -increpaba el 10º- pues nada menos que cantaba el gran misterio del Corpus: Los alimentó con flor de harina. Aquí los frailes, lo recuerdo, aterciopelaban su voz.
–Entre mi oración en tu presencia, Señor -suplicaba el 11º-. Eso, eso, Señor, que aún no me he quitado el pavor de julio de 1936; fuego, destrozos, vandalismo… Nosotros nos temíamos cualquier cosa, menos mal que llegó un señor sensato en su camión, nos cargó con los exvotos, no sé con qué intenciones… Pero, bueno, nos salvamos, y paramos en los tinglados de la estación del ferrocarril de Cervera ¿recordáis? Nos tiraron encima cajas, basura… Así meses y meses. Hasta que un frailecito pequeñín, padre Félix Tobar, nos echó el ojo, sorprendidísimo de su hallazgo. Pero se nos habían perdido cuatro de los compañeros cantorales.
– Entre esos desapareció el más hermoso –dijeron todos los cantorales al unísono- Un alevoso se lo llevó, y acabó vendido hoja a hoja en Barcelona. El 6, el 7 y el 9, ¿dónde estarán?
-Con qué mimo nos trataban –siguieron chismorreando- fray Cristóbal Agustí y fray Jerónimo Ripoll. No, no valían cualquier piel para hacernos, buscaban lo mejor en Barcelona. ¿Y los tintas y las reglas…? Nunca utilizaron el raspador, porque trabajaban con tanto aplomo y la concentración que nunca se equivocaron, y si no miraos a ver si alguno lleváis una raspadura
-¡Oh!, si algún día nos sacasen de estas mortajes y de nuevo se oye nuestro gregoriano. Por ahora sólo nos miran turistas analfabetos, aunque a veces pasa algún raro entendido, y el padre Millán canta algún fragmento de nuestras preciosas antífonas.
P. Joaquín Millán