El padre José María Rodríguez Bori y San José
Con motivo del año 2021 dedicado por el Papa Francisco a San José, el padre Joaquín Millán recuerda una de las figuras más interesantes de la Merced del s. XIX: el padre Rodríguez Bori. Y lo hace por la especial devoción que éste fraile barcelonés tuvo por el Santo patriarca. Dice el padre Millán:
El padre José María Rodríguez Bori estaba en la comunidad mercedaria de Barcelona cuando el convento fue asaltado por hordas de facciosos el 25 de julio de 1835. Proseguiría sus estudios en Roma, de donde tuvo que salir por razón de enfermedad. Desde 1841 a 1869 estuvo en Barcelona, dedicado a todos los ministerios y vinculando a los Mercedarios que andaban dispersos para la supresión de la Orden. El 2 de octubre de 1869 el Papa lo designó general de la Merced. En abril de 1874, conjuntamente con José María Bocabella, San José Manyanet y otros, colaboró en la iniciativa de erigir un templo expiatorio, que sería el germen del actual de la Sagrada Familia, que fue encomendado finalmente a Antonio Gaudí. Murió en Roma en 10 de enero de 1879.
El amor a nuestra santísima Madre, lo llevó a una indecible devoción al patriarca san José. Ello lo condujo, el 7 de septiembre de 1866, a la creación de la Asociación espiritual de devotos del glorioso patriarca san José para alcanzar por su intercesión el triunfo de la Iglesia y el alivio de sus tribulaciones al bondadoso e inmortal Pío IX; que a los cinco años ya tenía más de 300.000 asociados. Conjuntamente con el impresor José María Bocabella crearon El Propagador de la devoción a san José, que alcanzó los doce mil suscritores. El padre José María mantuvo personalmente ciento cuarenta y cuatro números, de treinta y dos páginas.
Yo creo que nuestro padre José María es el autor que más ha escrito de san José. Y con qué fervor. Lo encomia como:
…el angelical esposo de la Madre de Dios
…el que se arroba en un éxtasis del más purísimo amor y de una fruición inmensa al contemplar cómo los ángeles, los querubines, los patriarcas, los profetas, todos los bienaventurados reconocían a María por su dueña y soberana
…el que se embelesa viendo cómo Dios la coloca a su derecha en trono de luz y de gloria, constituyéndola árbitra y dispensadora de sus infinitos tesoros
…el virginal esposo de María, formando con Ella en sobrenatural y misterioso lazo, en lugar de una sola carne, un solo espíritu y un solo purísimo afecto, participando de la Madre de misericordia en su dulce compasión y maternal cariño a favor de la humanidad
…el que acompañó a su purísima Esposa al templo para cumplir lo que Dios había mandado de la purificación, y ¡ay! oísteis al viejo Simeón aquellas tristes palabras que, al traspasar el alma de la santísima Virgen, hirieron también vivamente vuestro corazón que estaba tan íntimamente unido al de Ella.
…el que colaboró con María en favor de Jesús, pues si Ella suministró en sus inmaculadas entrañas al Verbo en su humanidad, y la sustentó luego con la leche de sus purísimos pechos; el crecimiento, el desarrollo, la perfección física de su humanidad fue obra de los desvelos y sudores de José.
…el que para que guardase correspondencia con las otras dos imágenes de Dios, María y Jesús, fue santificado en el vientre su madre. María lo llama su esposo, y Jesús lo apellida su padre ¡Jesús, María, José! ¡Qué compañía! ¡Qué trinidad! ¡Qué familia! Tuvo la exuberancia de los dones y excelencias; en mayor escala que en ningún otro justo descollaron en san José, sublimándolo a una altura poco menor que la del trono de María
…el que tiene, al igual que María consagró, a Dios su virginidad. Los méritos de san José son parejos, guardada la proporción con los de su Esposa, por eso los títulos que se atribuyen a María, en la letanía lauretana, de alguna manera se pueden tributar a san José
…el que murió en brazos de Jesús y de María, siendo depositado su cuerpo por su propio Hijo, siendo uno de los que resucitaron con Jesucristo
…el que recibió a María en su Asunción y ¿quién podrá expresar el júbilo con que José presenció la gloriosa entrada de su Esposa en los cielos? ¡Con qué ternura, con qué efusión de corazón no hubo de exclamar: o mi soberana y amadísima Esposa! ¿Cómo, podré nunca tributar al Señor las debidas gracias por haberme dado por fiel compañera a la que eligiera Él mismo por Madre?