Carta dominical del Cardenal Arzobispo de Barcelona, J.J Omella : «Vivamos el espíritu mercedario»
«Princesa de Barcelona, proteged vuestra ciudad», con este ruego el poeta y sacerdote Cinto Verdaguer interpelaba a la Virgen de la Merced. Estoy seguro de que el próximo día 24 de septiembre muchos barceloneses y barcelonesas, y también muchas personas de otros territorios, pedirán protección y salud a nuestra patrona.
En la archidiócesis de Barcelona existe una gran devoción a la Virgen en santuarios y ermitas. El resto de Catalunya también es tierra mariana, donde las diferentes advocaciones manifiestan la verdad profética de las palabras de Isabel a María: «¡Bendita tú entre las mujeres!» (Lc 1, 42b). Siguiendo el hilo de estas palabras de Isabel nos podemos preguntar: ¿Por qué es bendita María, la madre de Jesús? Y podemos responder: santa María es bendita porque ha tenido fe.
El Concilio Vaticano II enseña que Ella, la Madre de Dios, engendró al Hijo de Dios «creyendo y obedeciendo» y que «prestó su fe exenta de toda duda, al mensajero de Dios» (cf. Lumen Gentium, 63). San Juan Pablo II lo recuerda nuevamente en la encíclica La madre del redentor en la que escribió: «María ha sido la primera en creer» (n. 26).
Sin embargo, la vida de María transcurrió con dudas e incomprensiones. Ni ella ni José entendieron, por ejemplo, aquellas palabras de Jesús adolescente cuando lo encontraron en el templo de Jerusalén: «¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?» (Lc 2, 49). Pero María y José aceptaron el misterio de la misión de Jesús y confiaron en los designios de Dios.
María, siempre bien unida a su Hijo, desde la cuna de Belén hasta la cruz del calvario, avanzó en el camino de la fe meditando en su corazón lo que veía y oía. También nosotros estamos llamados a avanzar y vivir la fe aquí y ahora, en las actuales circunstancias de debilidad, de inseguridad y de crisis social y económica causadas por la persistente pandemia de la Covid-19.
Permitidme que, en esta fiesta de la Virgen de la Merced, me pida a mí mismo y os pida a vosotros que estemos dispuestos a vivir el espíritu mercedario, a dar la vida por los demás ofreciéndonos a los más vulnerables ante las consecuencias de la crisis actual.
El título de la Merced alude a aquello que es don, esfuerzo generoso y desinteresado. La Orden de la Merced, fundada en 1218, dio respuesta a una necesidad urgente de la sociedad de aquel tiempo, la liberación de los cautivos para que pudieran volver a su tierra con sus familias. Desde el inicio, la acción redentora de los mercedarios fue unida a la dimensión caritativa y de hospitalidad. San Pedro Nolasco, un laico, de profesión comerciante, gran devoto de Santa María, desde el Hospital de Santa Eulalia, acogía a los desvalidos de la ciudad y ayudaba a los cautivos redimidos a reponerse. Los mercedarios han aplicado este carisma fundacional a las diversas realidades del mundo, sobre todo con sus obras al servicio de los presos y de los marginados.
Por ello, con motivo de la fiesta de nuestra patrona, pido que, en espíritu y con obras de bien, nos hagamos todos mercedarios. Así haremos la peregrinación de la fe, imitando a Santa María, y haremos realidad lo que desea el poeta en los Goigs de Nostra Senyora de la Mercè: que María sea nuestra estrella, luz en las noches oscuras, que nos haga mensajeros del amor de Cristo entre los más pobres y nos libere de todas las adversidades, incluso de la muerte eterna. Santa María de la Merced, princesa de Barcelona, ruega por nosotros.
† Card. Juan José Omella
Arzobispo de Barcelona